La Agencia Internacional de la Energía advierte que, de continuar la tendencia actual, México producirá solo 1.3 millones de barriles diarios para 2030, implicando una caída del 34 % respecto a hoy. El país podría convertirse en importador neto, debiendo importar hasta 500 000 bpd. Estos escenarios presionan finanzas públicas y estabilidad energética. Se requieren reformas, inversión y diversificación urgente.
Fecha:Wednesday 25 Jun de 2025
Gestor:ESCUELA ESGEP
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha encendido una alarma importante para el futuro energético de México. Según su informe más reciente, si la tendencia actual de producción de petróleo se mantiene, el país dejará de generar suficiente crudo para cubrir su demanda interna antes del año 2030. Esto convertiría a México en un importador neto de petróleo, lo que tendrá profundas repercusiones económicas, sociales y geopolíticas.
México ha sido tradicionalmente un actor relevante en el mercado petrolero internacional. Pemex, la empresa estatal encargada de la exploración, extracción y refinación de hidrocarburos, fue durante varias décadas el principal motor económico del país. No obstante, desde hace al menos 15 años, la producción ha disminuido de forma constante. Los niveles que superaban los 3 millones de barriles diarios a inicios de los 2000 han descendido hasta situarse por debajo de los 2 millones.
El informe de la AIE, publicado en junio de 2025, confirma que esta tendencia no solo no se ha revertido, sino que podría agravarse. Proyecta que para 2030, México podría producir apenas 1.3 millones de barriles diarios (mbd), una cifra insuficiente para cubrir la demanda nacional, la cual se espera que continúe entre los 1.8 y 2.0 mbd.
La disminución de la producción petrolera mexicana responde a una combinación de factores estructurales, técnicos y políticos:
Madurez de los yacimientos: Muchos de los campos petroleros más productivos, como el complejo Cantarell, han entrado en su fase de agotamiento. La recuperación secundaria ha tenido resultados limitados.
Baja inversión en exploración: Durante los últimos años, la inversión en nuevas exploraciones ha sido insuficiente. Los recortes presupuestales y la reducción de la participación privada han limitado la incorporación de nuevos yacimientos.
Incertidumbre regulatoria: Cambios constantes en el marco legal y una creciente intervención estatal han generado desconfianza en los inversionistas, afectando negativamente la llegada de capital extranjero.
Desactualización tecnológica: Mientras otros países incorporan tecnologías de punta, México ha mantenido procesos de extracción obsoletos y poco eficientes, lo que reduce el factor de recuperación.
El posible déficit proyectado es preocupante. Si México produce solo 1.3 mbd en 2030, y su demanda sigue estable o en crecimiento, el país tendrá que importar entre 500,000 y 700,000 barriles diarios. Esto implica no solo un reto logístico y comercial, sino también un fuerte impacto en la balanza de pagos, ya que actualmente el país exporta petróleo ligero y compra refinados caros.
A eso se suma el hecho de que, al importar crudo, México perdería su posición de autosuficiencia energética, una condición que durante años ha sido considerada estratégica. Esta transición afectaría a diversos sectores de la economía, desde la industria pesada hasta el transporte.
La transformación de México en importador neto de petróleo podría tener efectos de gran escala:
Impacto fiscal: Pemex sigue siendo uno de los principales contribuyentes del Estado. La caída en producción reducirá sus ingresos y, por consiguiente, las transferencias al gobierno federal.
Alza de precios: Un mayor costo en la importación de hidrocarburos podría traducirse en aumentos en el precio de combustibles, energía eléctrica y bienes de consumo.
Pérdida de empleos: La industria petrolera genera decenas de miles de empleos directos e indirectos. Un descenso sostenido en la producción podría provocar despidos masivos, afectando especialmente a regiones petroleras como Tabasco, Campeche y Veracruz.
Disminución de la inversión extranjera: La inestabilidad en el sector podría hacer que México pierda competitividad frente a otros países de la región como Brasil o Guyana.
La AIE y diversos analistas coinciden en que el escenario puede ser reversible, pero requiere acción inmediata:
Reforma profunda del sector: Un nuevo marco legal que combine eficiencia estatal y participación privada podría devolver el dinamismo al sector.
Impulso a nuevas exploraciones: Incentivar fiscal y legalmente la exploración de aguas profundas, no convencionales y campos marginales es clave.
Modernización de Pemex: La empresa debe enfocarse en ser más eficiente, tecnológica y financieramente saludable. Reducir su carga fiscal y permitirle alianzas es fundamental.
Diversificación energética: Paralelamente, México debe fortalecer sus capacidades en energías renovables y gas natural.
Países como Reino Unido, Noruega y Canadá han sabido sortear el declive de su producción mediante alianzas público-privadas, innovación tecnológica y políticas de transparencia. México puede inspirarse en estos casos para construir un modelo propio que preserve su seguridad energética sin comprometer la transición hacia fuentes limpias.
Aunque hasta ahora no se ha dado una reacción oficial directa al informe de la AIE, fuentes cercanas al Ejecutivo han señalado que ya se está evaluando una estrategia de largo plazo que combine sostenibilidad, inversión y seguridad energética. Se prevé el anuncio de nuevos proyectos de inversión en aguas profundas y la firma de alianzas con países como China, India y Brasil para compartir tecnología y experiencia.
El escenario de México es incierto. Sin reformas y sin inversión, la producción seguirá cayendo. Además, si el contexto global se vuelve más inestable, con precios altos del crudo y conflictos geopolíticos, el impacto para México podría ser mayor. A ello se suma la presión ambiental para abandonar los combustibles fósiles, lo que genera un dilema entre desarrollo económico y transición ecológica.
Las próximas dos administraciones federales tendrán que tomar decisiones cruciales. Si se opta por la apertura, la transparencia y la modernización, México podría mantener una producción estable. De lo contrario, el país perderá su autosuficiencia energética con consecuencias profundas para su modelo de desarrollo.